domingo, 22 de abril de 2018

ESPERANDO A LOS REPORTEROS

Javier, Paúl y Efraín, ¡aún los estamos esperando!
Nos han dicho que los secuestraron y asesinaron unos narcoterroristas formados en el semillero de la narcoguerrilla.
Si es cierto, los asesinaron porque fueron a la selva ‘armados’ con los cinco elementos básicos de un equipo de reporteros: un cuaderno, una grabadora, una cámara, un carro. Y su mente; esa mente que incomoda a los políticos corruptos y a las mafias, incluso a esas encubiertas como salvadores de los pobres. Ellos quieren controlar o silenciar con sus armas a los periodistas. Lo vemos en Colombia, México. Empezaron a hacerlo en Ecuador.
Javier Ortega pensaba contar otra historia como varias relatadas por él en su corta vida de reportero. Paúl Rivas pensaba trasladar esas imágenes a su cámara. Efraín Segarra cumplía su misión de  conducirles y, como un acto de solidaridad frecuente en el gremio, acompañarles hasta el final.
En sus primeros relatos Javier reveló que el Estado ecuatoriano había abandonado la franja limítrofe con Colombia, provincia de Esmeraldas, tomada por narcotraficantes de poderosos carteles de Colombia y México.
El 26 de marzo 2018, a los tres les tocaba turno y resolvieron ir de San Lorenzo a Mataje, un pueblito nuestro perdido en la línea fronteriza con Colombia. Allí comenzaron a vivir situaciones extrañas.
En el control militar ubicado a 1,5 kilómetros de Mataje, a dos equipos de reporteros de otros medios no les permitieron el paso, sí al de El Comercio.
Hacia adentro ya no había ningún control militar ni policial. Se deduce de la lectura de la nota de El Comercio, 21 de abril 2018 que dice que recién “el gobierno planificó nuevas estrategias para vigilar Mataje”. El ECU911 instalará cámaras, una será “punto de comunicación con el destacamento militar ubicado a 1,5 kilómetros de Mataje”. Y, es obvio suponer, al otro lado, en Tumaco, tampoco había militares y policías colombianos.
Cuando se va a realizar un reportaje en la frontera, la presencia de policías y militares en el camino da un margen de seguridad, nos sentimos protegidos. Varios reporteros hemos llegado hasta los hitos fronterizos del Carchi o al río San Miguel, en Sucumbíos, donde se bebe un refresco sin problemas, escuchando los narcocorridos. Si, presionados por la adrenalina que exige más y mejores historias, decidíamos cruzar a Colombia, debíamos ‘pedir permiso’ a los ‘diplomáticos’ de la guerrilla que caminaban o bebían como cualquier campesino en la orilla ecuatoriana del río. Además de la ‘autorización’ ofrecían el servicio de botes. Pasar al otro lado era un riesgo que asumía el reportero.
A Javier, Paúl y Efraín seguramente les sucedió eso. Vieron a los militares ecuatorianos y se sintieron protegidos por el Estado, con libertad para movilizarse hasta Mataje, el último pueblo de la patria. No imaginaron que ese trecho ya no era ecuatoriano, estaba bajo posesión de capos, exguerrilleros de las FARC y guerrilleros activos del ELN que nada hizo para liberar a nuestros reporteros.
A un colombiano no identificado le escuché el mejor análisis sobre Colombia y su acuerdo de paz con las FARC. Decía que se acogieron los longevos que querían una vida urbana pacífica para hacer política con la riqueza que obtuvieron con la narcoguerrilla. En el monte dejaron a la nueva generación de guerrilleros burlándose de la paz tan pregonada por el presidente colombiano Juan Manuel Santos que recibió como premio, el nobel de la paz.
En esa trampa de paz cayeron nuestros compañeros reporteros. Queremos que los mafiosos y los gobiernos ineficientes de Ecuador y Colombia nos los devuelvan. Mientras tanto, seguiremos esperando a los reporteros.

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