martes, 19 de diciembre de 2023

CUENTO SOBRE LA COCAÍNA QUE NO ES CUENTO

Con cada dosis de drogas alucinógenas que consumes, destruyes tu cuerpo, tu cerebro y, sobre todo, financias los crímenes de los narcos.

Por Navidad, temporada de paz y amor, vamos a replicar una historia cruda, espeluznante, sobre cómo los adictos pierden su nariz, acortan su vida, por efecto de la cocaína. Historia vieja, dirán, pero ahora se repite por montones en el mundo.

 

-Tu amigo Farid vino a verme ayer. Francamente, nunca había examinado una cavidad nasal en peor estado: su tabique nasal está todo carcomido.

Estaba escuchando a mi colega Harold, un especialista en oídos, nariz y garganta… en la cafetería del hospital.

-¿Quieres decir que la separación en su nariz no existe? - le pregunté.

-No lo creerás. El cartílago está destruido. Cuando introduje mi espejo en su nariz, temía que ésta se viniera abajo porque no había nada que la sostuviera. La más ligera presión podría aplastarla y tendría las cavidades como las de un caballo, lo que llamamos nariz de silla de montar.

-¿No son bastante comunes las perforaciones de tabique entre los inhaladores de coca?

-Sí, y están bien descritas en la literatura médica, especialmente en los textos más viejos. Empiezan generalmente por ser perforaciones no mayores que la cabeza de un alfiler, pero pueden crecer hasta el tamaño de un dime (moneda norteamericana de 10 centavos). Antes parecían ser poco frecuentes, pero en los últimos dos o tres años he estado notando que hay más y más tabiques dañados.

Harold sacudió la cabeza.

-El caso de Farid supera todo lo que yo haya visto hasta ahora. No tengo que decirte cómo la cocaína interrumpe el flujo sanguíneo normal del recubrimiento de la nariz y después de repetidos contactos destruye su delicado tejido, descubriendo el cartílago que, por tanto, se infecta y luego se perfora. En la nariz de Farid, toda la mucosa de las cavidades nasales profundas está congestionada e inflamada.

-¿Y le dijiste eso exactamente?

-¿Por qué no? Parecía ansioso por saber todo y comprendió perfectamente bien lo que estaba diciendo; es un hombre muy listo.

-¿Y qué le aconsejaste?

-Le receté unas gotas nasales antisépticas y le recomendé que dejara la cocaína.

-¿Piensas que lo tomó en serio?

-¡Por supuesto que no!; aunque lo hice pensar. ¡Me ofreció una pequeña fortuna para insertarle un tabique plástico en la nariz!

-Tal vez quería una prótesis dorada como la que su dentista le puede poner.

-¡Vamos! No tenemos una técnica quirúrgica confiable ni siquiera para tratar perforaciones de tabique. Hablemos claro: este caso no tiene remedio.

Harold levantó las cejas.

-¿Sabes?, esto me recuerda algo que le sucedió recientemente a una encantadora actriz; la imagen de la inocencia, con cara angelical y una nariz exquisita. Tenía el tabique perforado y desesperadamente me pidió que hiciera algo. La mandé con Andy, nuestro mejor cirujano plástico, quien llevó a cabo un trasplante de mucosa para cubrir la perforación, ya que el cartílago no puede ser injertado. La operación fue un éxito.

-¿Lo ves? Realmente hay algunas soluciones.

-¡Sí, sólo que nuestra joven belleza volvió a sus viejos hábitos y muy pronto se le desarrolló una infección alrededor del injerto y el agujero reapareció mayor que antes! Entonces demandó a Andy, a mí y al hospital por negligencia profesional.

-Debe haber perdido el caso. Después de todo, la cocaína es una sustancia controlada.

-Sí lo perdió… con dificultad. El juzgado y el juez la escuchaban con gran simpatía. Su abogado incluso llamó a un testigo, un psiquiatra, que testificó que la cocaína era una droga inofensiva y recreacional, y que era injusto penalizar a los consumidores.

-Tú tenías también tu propio experto, supongo.

-Por supuesto. Un farmacólogo, como tú. Dio una fluida exposición demostrando el efecto de la droga en la mucosa, que resultó tan clara como el polvo de la cocaína. El estrechamiento de los capilares detiene el flujo sanguíneo por completo. Puedes hacer un corte en la mucosa y no verás salir ni una gota de sangre; sorprendente. Para regresar a tu amigo, él no parece querer parar.

-Le dí un buen susto cuando le dije que estaría muerto en dos años si no la dejaba. Le mandé una publicación reciente de JAMA en la que se describen setenta casos bien documentados de muerte por sobredosis de cocaína. Sin embargo, en este momento él está inhalando grandes cantidades: entre cinco y quince gramos al día.

-¡Debe de estar gastando una mina en su hábito, con el precio galopante del polvo de coca a doscientos dólares cada gramo! Por supuesto tú sabes que nosotros sólo pagamos diez dólares por gramo; porque la compramos para usarla como anestésico local en nuestros pacientes.

-Puedes ver por qué algunos de nuestros colegas están tentados de aprovecharse de esos precios para sus necesidades privadas. Pero, ¿qué pasa con Farid? Con su mucosa prácticamente destruida, su capacidad para absorber la droga debe estar bastante restringida.

-Considerablemente - aceptó Harold-, y eso explica su enorme consumo. Pero, aunque muy poca cantidad de la droga está llegando a sus vasos sanguíneos, sigue destruyendo el recubrimiento de su nariz.

-Por ese motivo, él debe estar empezando a inyectarse la droga, o peor, a fumarla, la última moda.

-¡Debes estar bromeando! ¿Fumar cocaína? -Harold parecía estar confundido.

-Seguro. Pero, date cuenta, no es el cloruro de cocaína que se usa para anestesia. Esa sal sería destruida por el calor del cigarro. Lo que se fuma es la ‘cocaína base’, producida fácilmente por manipulación química del cloruro de cocaína. En esta forma básica, se evapora cuando es fumada y es recogida por la sangre de los pulmones. Muy altas concentraciones de la droga llegan al cerebro.

-Locura, locura total -murmuro Harold.

Yo estuve de acuerdo, pero mis pensamientos seguían regresando al hombre del Hotel Pierre. Hubert había llamado para decirme que Farid está impresionado con los documentos que le mandé, e impulsado por Yasmine, su compañera de ojos almendrados, estaba decidido a dejar la cocaína. Más aún, pretendía dejar Nueva York y establecerse en París, donde la tentación de usar drogas sería menor.

Amenazado de muerte, Farid al menos se ha garantizado a sí mismo un aplazamiento de la ejecución.

(Historia contada en el libro ‘Cocaína: La peste blanca’, de Gabriel G. Nahas, doctor en Medicina y doctor en Filosofía. Prólogo de Jacques Yves Cousteau. 1991. Sistemas Técnicos de Edición. México DF).

Poco después, el Farid de la historia fue detenido por la policía francesa por tráfico de cocaína. Pagó una multa de 500.000 dólares y voló a Colombia donde se hospedó en un hotel de lujo. Allí lo encontraron desnudo, magullado, muerto, quizás por sobredosis o por acción de la mafia de la cocaína.  

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